Koolel Kab: mujeres que defienden la tierra
Por Marcela Méndez
Son las dos de la tarde de un día de abril. Bajo esta palapa enclavada en la selva maya el calor baña, pero no sofoca. El lugar es Ich-ek, una comunidad de cerca de mil habitantes localizada en Hopelchén, Campeche, donde un grupo de apicultoras indígenas, enfundadas en shorts, playeras sin manga y sandalias, ha trabajado por horas y se prepara para el descanso.
Esta mañana las mujeres llegaron con la misión de dar marcha atrás a un experimento que no funcionó: intentaban dejar a las abejas que crían en las cajitas rectangulares de madera donde las compran, pero la temperatura echó abajo el plan. Las cajas no resistieron el calor, lo que significó el traslado de todas las abejas a nidos naturales. Las meliponas, una especie de abejas milenaria, no tienen aguijón, lo que no supone un riesgo para quienes las crían; en cambio, son más delicadas que cualquier otra especie de abejas: hay que manipularlas con sumo cuidado y llevarlas a su nuevo hogar con delicadeza, más cuando se sabe que son una especie en peligro de extinción.
Para tener éxito hay que mover, completa, toda la estructura. Doña Avia, doña Leidy, doña Soco y el resto de sus compañeras mueven todo el nido, incluidas las crías, un poquito de miel y un poquito de polen. Este trabajo de extremo cuidado, sumado al bochornoso calor de la península, resulta simplemente agotador.
Hoy, cuando platican lo que hacen, las apicultoras hablan con sus más de veinte años de experiencia.
Doña Avia Huchín, de 66 años, viste una delgada blusa rosa con flores del mismo color. A través de sus lentes se asoman unos ojos que brillan todavía más cuando recuerda cómo empezó la historia de Koolel Kab, una organización fundada e integrada por mujeres indígenas que durante años han defendido su derecho a trabajar en lo que han elegido, que se han dedicado a criar y proteger a las abejas meliponas y que, con ello, han creado una red de empoderamiento y de defensa de la identidad, el territorio y el medio ambiente.
Empezó con un sueño
Era de noche y Avia Juchín no podía dormir. Se preguntaba si existiría en su mundo –un mundo dominado por hombres– la posibilidad de trabajar en algo que no fuera el hogar, el cuidado de los puercos o el de las gallinas.
Desde su habitación era algo que parecía imposible: a principios de los noventa, en esta región las mujeres no podían alzar la voz y no salían, pero un día llegó a la comunidad una ingeniera a la que Avia le preguntó si sería posible dedicarse a otra cosa, y ella le dijo que sí… entonces Avia se atrevió a soñar.
Recordó que cuando era niña, a los ocho o diez o doce años, conoció a una familia que trabajaba con abejas meliponas. Su mente no se detuvo y una noche fue incapaz de dormir pensando en cómo formar una organización, en dónde conseguir las abejas y con quién trabajar. “Como mis compañeras habían trabajado conmigo en un molino y tortillería, pensé en ellas”, recuerda Avia. Invitó a Himelda, a Carmela y a otras mujeres: juntas viajaron a Yucatán en busca de las abejas. Regresaron con un hobón cada una y luego de cinco años el grupo que formaron se convirtió en la organización que Avia soñó una noche, a poco más de mil 200 kilómetros de la Ciudad de México.
Desde entonces y hasta el día de hoy Koolel Kab ha sido un proyecto de mujeres. En la actualidad son seis las integrantes de esta sociedad que produce miel sostenible. Son ellas mismas, explica María del Socorro Pech, quienes se encargan de todo el proceso de producción y comercialización.
“Cuando nosotras cosechamos miel, la llevamos al centro de trabajo; ahí es donde le damos el manejo, la filtramos o envasamos, hacemos los subproductos y los comercializamos; así es como funciona nuestra sociedad: la miel que salga es de todas”, cuenta Soco, mientras las meliponas vuelan y zumban a su alrededor.
Las mujeres de Koolel Kay aprovechan todo lo que las meliponas producen. Además de envasar la miel, trabajan con la cera: la lavan, la derriten y hacen con ella cremas que ayudan a combatir la resequedad de labios y manos, que sirven para curar heridas y piquetes de moscos. “Es una abeja que nos da miel medicinal, que nos sirve para la infección de la garganta, para la tos, para las cataratas y los ojos infectados”, completa Avia.
La importancia que esta especie tiene para los indígenas mayas radica no sólo en el aprovechamiento de su producción o en sus propiedades curativas; tiene valor, sobre todo, porque forma parte de su identidad. Esta abeja, originaria de la península, era criada por sus abuelos. Hoy está en peligro de extinción.
Por eso Koolel Kab tiene la misión fundamental de proteger y rescatar a esta delicada especie.“La apicultura aquí, en Campeche, en Hopelchén –y creo que a nivel nacional– está un poco mal: imagínese la melipona, que es más delicada; estas abejas no tienen aguijón, no son agresivas, no pican… entonces no se defienden tanto de los depredadores como del clima”, explica Socorro.
Desde hace cerca de tres décadas, la llegada a Hopelchén de comunidades menonitas ha provocado la deforestación de miles de hectáreas, debido a las nuevas formas de cultivo que introdujeron, que incluyen la industrialización y el uso de agroquímicos. Esto ha tenido un impacto negativo en la apicultura, una de las principales formas de subsistencia para las comunidades indígenas de la región, ya que se han perdido plantas necesarias para esta actividad por la quema de bosques, y las abejas mueren por el uso de plaguicidas.
Por eso las mujeres de Koolel Kab también se han convertido en defensoras de la tierra y del medio ambiente. En 2014 el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) otorgó a esta y a otra organización de nombre Muuch Kambal el Premio Ecuatorial, que reconoce iniciativas de comunidades locales y pueblos indígenas que buscan soluciones de desarrollo sostenible al servicio de personas y de la naturaleza.
En 2012, Koolel Kab y Muuch Kambal, junto con otras organizaciones de la región, emprendieron una acción judicial para detener la plantación de soya genéticamente modificada, que había sido aprobada por autoridades mexicanas y que, entre otras afectaciones, contaminaban la miel que los mayas producían. Las comunidades se organizaron para frenar esta decisión que beneficiaba a Monsanto y lograron detener la siembra de soya transgénica.
De acuerdo con el PNUD, ambas organizaciones han movilizado a las comunidades mayas para “hacer frente a los desafíos sociales, ambientales y económicos”, según se lee en el estudio de caso de la Iniciativa Ecuatorial. El programa también hace énfasis en el liderazgo y en el empoderamiento de las mujeres, en la resistencia social y jurídica contra las medidas que las afectan, y en la defensa de los derechos de los pueblos indígenas.
Las damas de la miel saben que su labor es fundamental en la región, saben también que no pueden dejar de luchar por sus derechos, porque si lo hacen sus tradiciones y su identidad “se van a quedar como historia”. Están convencidas de que deben seguir, aun cuando no es bien visto que las mujeres sean parte de estos movimientos, porque han abrazado, además, la misión de educar en igualdad a hombres y mujeres.
Hoy extienden su legado a través de sus hijas y nietas. Enseñan sus actividades y transmiten lo que han aprendido a las que vienen: nueras, cuñadas y todo aquel que quiera apoyar.
“Los que quieran aprender y sumarse tienen que capacitarse; justo en este momento una de las que está apoyando es mi hija, otra es nuera de una de las socias y una es hija también de las socias fundadoras; así es como vamos renovando también a los integrantes, porque es necesario”, cuenta Soco.
Mientras, desde esta palapa, Avia sigue soñando: espera que algún día su nieta, de apenas diez años, quiera seguir sus pasos y llegue a trabajar con las compañeras que un día, hace más de veinte años, la ayudaron a construir Koolel Kab.