La noche en que le pedimos a la comunidad internacional que no dejara solos a los mexicanos
Por Ixchel Cisneros (@chelawuera)
De inicio me sentía como una atracción turística: “Pásele a ver a la mexicana que hablará sobre cómo es vivir en su terrible país”. Pero era una gran oportunidad para platicarle a la comunidad internacional sobre la violencia e impunidad a la que nos enfrentamos día a día en México.
Sería un debate en el marco del Festival Internacional de Cine de Derechos Humanos organizado por fundaciones, organizaciones internacionales, el Parlamento Europeo y las Naciones Unidas en Ginebra, Suiza, y participaríamos: el actor Gael García, la periodista Anabel Hernández, el defensor de derechos humanos Carlos Soni Bulos y yo.
Cuando subí al escenario tenía todavía el corazón roto, acabábamos de ver el documental La libertad del diablo, de Everardo González, donde víctimas y perpetradores de la violencia narraban desapariciones, asesinatos y agresiones que les habían sucedido o que ellos habían cometido. Con la voz entrecortada, empecé por explicar que somos más los mexicanos y mexicanas trabajadoras y chingonas y que realmente teníamos una clase política impresentable que no nos representaba en lo más mínimo, que nos mentía en la cara diciendo que no pasaba nada y que también lo hacía con la comunidad internacional. De verdad, es impresionante cómo los políticos de nuestro país mienten abiertamente cuando tienen audiencias en la ONU, en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos o en la Corte Interamericana.
La charla continuó y yo nada más veía cómo los asistentes abrían grandes los ojos cuando les decíamos que tuvimos más de 23 mil homicidios en 2017 y que oficialmente había 33 mil personas desaparecidas.
Aplaudían tras escuchar la historia de Carlos Soni, quien fue torturado por marinos y encarcelado por casi dos años, y se emocionaban con los relatos de Gael sobre un México de luchones y luchonas que no se han dejado vencer y actualmente se están organizando en la búsqueda de un mejor país.
Los asistentes no podían creer que México fuera así, pues supuestamente vivimos en un país democrático. Sus preguntas y comentarios eran sobre cómo enfrentábamos la violencia, por qué nuestras instituciones no funcionaban y si creíamos que nuestro gobierno era más un narcoestado.
Pero fue una pregunta la que me llamó la atención, de un hombre que, sentado en la última fila, nos cuestionaba: “Entonces si hay tanta violencia, ¿por qué los extranjeros siguen yendo a México y siguen considerándolo como uno de los mejores lugares para vacacionar?, ¿será porque la violencia únicamente se da en ciertas zonas?” La verdad acepto que me prendí, que no guardé la compostura y lo interrumpí en varias ocasiones pero ¿por qué lo hice? Pues porque resulta que el gobierno mexicano se tomó la molestia de mandar a un vocero a que nos preguntara eso, sí, el Estado envió a este chico que trabaja como su representante en Naciones Unidas para que intentara desacreditar lo que decíamos. Así de jodidos, así de censuradores.
Y mi respuesta a su pregunta fue: “Fíjate, qué casualidad, esa versión que das es justamente la que ofrece el gobierno mexicano. La violencia está en todos lados, incluso en los lugares turísticos como Los Cabos y Playa del Carmen, y si únicamente estuviera en la montaña de Guerrero, no tendríamos por qué dejarlos solos”.
Al final su estrategia no funcionó, decenas de personas se acercaron a nosotros para saber más, para seguir en contacto y para darnos muestras de apoyo. Me queda claro que hay mucho por visibilizar, mucho por compartir, mucho por escuchar. Esa noche, le pedimos a la comunidad internacional que no nos dejara solos.
Este texto fue publicado originalmente en The Huffington Post México